miércoles, 23 de abril de 2014

Paren los relojes.


Foto de Rodrigo García (extraída de aquí).

Porque nos regaló Macondo.
Porque qué habría sido de nosotros sin Macondo.
Porque Remedios la Bella subió a los cielos.
Porque nunca un suicidio fue pintado de manera más hermosa.
Porque me contiene la mano cada vez que quiero poner un adjetivo acabado en –mente.
Porque les llamó Buendía y ni aún así le ganó la batalla la rima interna.
Porque era un cuentista mediocre.
Porque fracasó con el cine.
Porque tuvo la sencillez de decirlo.
Porque lo apostó todo por una novela.
Porque no se rindió.
Porque dudó.
Porque supo poner al reportaje en el lugar donde siempre debió estar.
Porque su primer amor fue un diccionario.
Porque metió la pata arrogante con sus dudas ortográficas.
Porque su felicidad fue incompleta desde que perdió a su abuelo.
Porque una gota de sangre dejó su rastro en la nieve.
Porque nunca fue tramposo.
Porque te contaba el final al principio para que no hubiera dudas.
Porque fue agradecido.
Porque su lado nunca estuvo junto a los que van de etiqueta.
Porque le puede leer cualquiera.
Porque creyó en amores pacientes.
Porque es una tormenta que rompe el cielo.
Porque su obra está hecha para leerla en voz alta.
Porque sus palabras se paladean.
Porque es pura lujuria.
Porque es mi primer amor.
Porque no puedo explicar mis catorce años sin tenerle en cuenta.
Porque tampoco puedo explicar los años siguientes sin él.
Porque creyó en el poder redentor de las palabras.
Porque nos recordó que no tendremos una segunda oportunidad sobre la tierra.
Porque se quedaba sin palabras.
Porque el hueco que deja no va a haber quien lo llene.
Porque si no le llorara sería una ingrata.
Porque se nos ha muerto a todos.
Porque se me ha muerto a mí también.
Porque no por esperado ha dolido menos.
Porque acabo de darme cuenta de que ya nunca va a escribir nada más.
Porque ya solo nos queda releerle.
Por todo esto, ya lo dijo el poeta, paren los relojes. 

Por Rita Sánchez

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